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No los culpo, son parte de una sociedad que está enferma, que está cansada de los sueldos bajos, de los abusos, de la desigualdad, de la segregación, de la injusticia. Pero por favor se los pido, no nos quiten esto, no nos quiten el fútbol.
Por Patricio Vásquez
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Durante décadas hemos visto como de a poco nos han robado todo. No tenemos derecho a una educación, no tenemos derecho a una salud, no tenemos derecho a ser felices, no tenemos derecho a soñar. Nos han quitado todo, pero aún quedaba algo. Aún quedaba ese maravilloso y sublime instante, ese que duraba noventa minutos, donde todos somos iguales, donde no hay ricos ni pobres, donde en un estadio todos amamos y somos capaces de morir por los colores, donde la tristeza de la derrota y la alegría del triunfo era compartido por todos por igual. Ya no nos queda nada, nos han robado todo.
Hoy nos encontramos con lo peor de lo nuestro. Vimos como un espectáculo se vio manchado por los mismos de siempre, esos que desde hace ya muchos años nos han robado casi lo único que nos iba quedando. El clima no era un fiel escudero, pero que importaba. Volvía la alegría, volvía la rivalidad, volvía todo. Era un clásico. Había viajado desde Santiago con la expectativa, una casi tan inocente como la que tiene un niño en una noche de navidad. Era el clásico porteño. Amo el fútbol, y caminar con mi primo y mi polola con una lluvia feroz no me importaba, solo quería disfrutar de lo poco que nos va quedando: el poder ver un partido de fútbol.
Ustedes quisieron lo contrario, pisaron el sagrado verde césped para agredirse a ustedes mismos, a su símil, pero con otra camiseta diferentes colores. Quisieron dejar de lado la alegría, esa mágica alegría que era poder ver a Everton y Santiago Wanderers dejar la vida en la cancha para quedarse con el clásico porteño, ese derby de la Quinta Región que volvía en gloria y majestad al hermoso Estadio Sausalito.
No les importó la lluvia, no les importó sus iguales, esos que solo quisieron ir al estadio a ver lo poco que nos va quedando, el partido de fútbol. Nos lo quitaron, nos quitaron la alegría, nos quitaron la inocencia, nos quitaron todo. Nos dejaron sin nada en que creer. No les importó que Carlos Muñoz volviera a calzarse el verde Caturro para enfrentar al Oro y Cielo. No les importó ver que su estadio volvía a ser parte de la fiesta del fútbol chileno en un Clásico Porteño. No les importó nada, no les importó la gente, no les importó el hincha, no les importaron los niños.
No los culpo, son parte de una sociedad que está enferma, que está cansada de los sueldos bajos, de los abusos, de la desigualdad, de la segregación, de la injusticia. Pero por favor se los pido, no nos quiten esto, no nos quiten el fútbol. No nos quiten esto que amamos tanto. Yo pese a vibrar, llorar y vivir por el Blanco y Negro no me importo embarcarme a Viña, pese al frío y a la lluvia, para poder vivir en carne propia lo que es un Evertón versus Santiago Wanderers.
Lo peor de todo es que ustedes seguirán caminando felices por las calles de Valparaíso y Viña, sin pensar en el daño inmenso que le han hecho al fútbol. No piensan en que mancharon a un estadio que lo único que recibió tras la Copa América fueron elogios. No les importa. Lo único que les importa es su propio beneficio, el sentirse mejor y más grande por el hecho de agredir a otro con la camiseta de color distinto.
Era una fiesta, una bajo la lluvia la que se iba a vivir y que ni siquiera alcanzamos a disfrutar. Por favor váyanse y no vuelvan más. Dejen de manchar la actividad, dejen de robarnos nuestra alegría, dejen de ponerse por encima del espectáculo, ese por el cual yo, un colocolino, mi primo hincha de Everton y mi polola que celebra y llora por la UC, pagamos una entrada para ver lo poco y nada que nos va quedando, el poder ver un partido de fútbol.