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El calor abrasaba el mediodía del domingo, 30 eran los grados que marcaba el termometro, 45 mil eramos los que esperabamos con ansisas la salida del Popular. Tras un largo camino de sufrimientos, que parten en el campeonato perdido por ante la UC, cuando en la banca del Cacique se sentaba el impresentable Diego Cagna. Cuatro largos años habían pasado desde el último campeonato obtenido por el Albo. Cuatro años en los cuales los hinchas del Eterno Campeón sufrían viendo a un equipo despontenciado, con jugadores sin categoría y, lo peor, años en donde la última vocal se paseaba por el torneo nacional.
Todos esos sentimientos afloraban en el mediodía de Macúl mientras se esperaba la salida del cuadro comandado por Hector Tapia, artifice de la campaña y, lo más importante, de devolverle el alma al equipo que ha sabido ser campeón. Con una política de traer refuerzos que aportaran, el Tito limpió el camarín de los paquetes que solía traer la dirigencia para ahorrar costos. El exdelantero, acompañado por Miguel Riffo en la cabina técnica, estructuró un plantel basado en canteranos que sentían desde muy pequeños lo que era sentir la camiseta del indio en el pecho. Fueron 13 los jugadores formados en casa que sumaron minutos en la campaña de la 30. Ellos fueron magistralmente apoyados por tres refuerzos de jerarquía (Julio Barroso, Jaime Valdés, Esteban Paredes) y un arquero de nivel mundial (Justo Villar) además de jugadores antes cuestionados que encontraron una regularidad que les valió ser soportes de la campaña. El central Christian Vilches paso de pifiado a pilar en la defensa. Esteban Pavez y Jaime Valdes eran el motor de equipo.
Con la tarea de refrendar todos esos pergaminos, Colo Colo saltaba a la cancha del David Arellano para enfrentar al siempre complicado Santiago Wanderers. Los jugadores albos iniciaban el partido con ganas de llevarse por delante a los caturros y asentar un triunfo que les permitiera bajar la esperada trigesima estrella. Los de Valparaíso de a poco comenzaban a manejar el encuentro, sostenidos por un joven arquero que tuvo una tarde inspirada, sacando remates de gol de Paredes, Valdés y Delgado. Sin embargo en los momentos en que el primer tiempo se acababa aparecía el de tantas veces, el delantero de los goles importantes (hoy en Mexico), Felipe Flores cazaba un rebote en el área verde y ponía el 1-0 en el Monumental.

Explosión, fiesta, incluso llantos de felicidad se vivían en las graderías. Quedaban atrás cuatro años que parecieron eternos, Colo Colo nuevamente estaba en lo más alto. El segundo tiempo, en palabras de un viejo cronista televisivo, estuvo de más. Los jugadores caturros jugaban con la mente puesta en el tramendo incendio que consumió los cerros del puerto. La fiesta era alba, el Monumental volvía a vestirse de gloria, la 30 estaba en el firmamento albo de una vez por todas. Esa estrella tan anhelada, la que llevó a que el Capitán Esteban Paredes dejara de lado su tradicional número 7 en la espalda para lucir el «30». Lindo presagio del capitan y último ídolo Colocolino.
Los brazos al cielo y el pitazo final de Cristian Andaur ponían la guinda de la torta. Jugadores llorando en el terreno de juego. Tito y su ayudante fundidos en un abrazo. El eterno campeón volvía al lugar del cual nunca debió salir. Llantos, risas, alegría total en las tribunas del Monumental, 45 mil estuvimos esa tarde en el estadio, millones en todo el país disfrutaban el esperado título que Colo Colo espero mucho, demasiado tiempo.