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Mañana Chile juega uno de los partidos más importantes de su historia reciente.
El nervio es total.
Hemos llegado hasta acá en condiciones soñadas. Con la mejor selección de la historia, según algunos. Jugando de locales, cosa que no va a volver a pasar en mucho tiempo más. Pero lejos lo más importante es que esta Copa América nos pilla reafirmados en la convicción de que le podemos ganar a cualquiera si somos capaces de pararnos bien en la cancha y creer en nosotros mismos.
Cuando yo era pequeña, recuerdo muchas conversaciones de adultos donde si perdíamos por menos de tres goles, había una cierta tranquilidad moral. “No nos boletearon”, decían. “Igual la peleamos”, cuando en verdad los jugadores no eran capaces de urdir una sola jugada en campo rival. Era el premio de consuelo cuando nos tocaba jugar con potencias mundiales, y donde había un dejo de orgullo al poder avanzar de la fase de grupos y ser eliminado sin contemplaciones por cualquiera. Infaltables eran los rumores de manos negras, arreglines, maletines o el tan manoseado “error arbitral” que ha destruido sueños completos. De esa época hasta hoy algo ha cambiado.
Hoy podemos. Hoy es posible pararse en un Mundial y hacerle partido a selecciones como la brasileña y la española sin asco, sin triquiñuelas. Con fútbol. Nunca antes nuestros seleccionados han estado posicionados en las mejores ligas del mundo, con todo el roce futbolístico y el aprendizaje que eso implica. Nunca nos habíamos sentido con el derecho de decir que, esta vez, podemos ser campeones. Y hoy sí podemos.
La gloria de los ganadores nos está esperando a que vayamos por ella. En el mundo de emociones extremas que es el fútbol, hoy sentiremos la alegría más desbordante o la tristeza más amarga. Dios quiera que sea lo primero. Me parece que es nuestra hora.
Hoy podemos.
¡VAMOS CHILE!