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La lluvia se dejaba caer en forma intensa pocas horas antes del pitazo inicial de la final ida del Apertura 2008, un helicóptero contratado por Colo Colo sobrevolaba la cancha del Monumental intentando secar el césped. El Cacique saltaba a la cancha la tarde del 28 de mayo de ese año buscando la quinta estrella consecutiva. Claudio «el Bichi» Borghi, artífice del tetracampeonato, ya no comandaba la cabina técnica y en su reemplazo asumía el ex central albo, Fernando Astengo.
Colo Colo saltaba al campo de juego con el tigre Muñoz en el arco, Carrasco, Mena, Rojas y Mingo Salcedo, Melendez, Sanhueza, Fierro y Chucky Gonzalez, Moya y Lucas Barrios. A todas luces un plantel despotenciado respecto de los cuatro campeonatos obtenidos los años anteriores. El chucky Gonzalez no era la sombra siquiera del Mati o del Mago. Rodolfo Moya nunca fue el compañero ideal para «La Pantera», que encima llegaba a la final disminuido por una lesión en el tobillo (algo que Nelson Acosta supo aprovechar muy bien).
Sin embargo, a pesar del frio y la lluvia que se dejaban sentir fuertemente en Pedrero, los hinchas nunca perdimos la fé en el equipo, aun que había llegado a esta instancia dejando atrás a un sorprendente Ñublense con muchas complicaciones, derrota en el Monumental incluida.
Eramos más de 40 mil los presentes en el estadio esa tarde noche de mayo. El partido comenzaba con un Everton esperando y jugando a la contra, como suelen hacerlo los equipos del pelado Acosta. Colo Colo no encontraba la llave para derrotar al equipo viñamarino. La Garra Blanca cantaba y trataba de levantar a un equipo que no respondía en la cancha, y que parecía no escuchar el aliento que los 40 mil le entregabamos «hasta romper la voz».

El partido se iba, los cambios de Astengo no daban resultado, el grillo Biscayzaku refrendaba el porque jamás debió llegar a vestir la camiseta del más grande de Chile. Para aumentar los nervios de los hinchas albos, el arquero ruletero se transformaba en figura, y demoraba hasta lo exasperante cada pelota, algo normal para cualquier arquero, pero que tratándose de Jhonny Herrera, provocaba aún más al enardecido público asistente al monumental.
El partido se iba, Océano (como casi siempre) comenzaba a vaciarse antes de tiempo, el empate se firmaba en Pedrero. Pero los partidos duran 90 minutos más descuentos. A los 85, apareció, como en chillan en la llave anterior, el gran Lucas Barrrios, el terrible goleador que llegó a Macúl a reemplazar a Chupete. La apertura de la cuenta transformó el Monumental en una caldera. El aliento y el festejo de los 40 mil que llegamos capeando el frío y la lluvia, hicieron eco en el equipo de Viña del Mar. A los 92 minutos, Gonzalo Fierro, en esos años el Joven Pistolero, ponía el segundo que daba la tranquilidad y cerraba el partido. Fiesta alba en el Monumental, el histórico Penta se acercaba a la ruca. La tribuna Arica cantaba y saltaba, los fuegos de artificio y el bombo marcaban el son de la fiesta. Colo Colo cerraba la ida con un tranquilizador 2-0 y esperaba la vuelta confiado.
Lo que paso en Viña es otra historia que no recordaré en estas líneas.