EXPERIENCIA MONUMENTAL | ‘LA 30’.

Roberto Quintana Ramírez

Por Nicole Acuña

Esperé mucho tiempo por éste día y casi no podía creer que al fin había llegado. Fue una noche larga, casi no dormí –de los nervios, claro- pero cuando me levanté lo hice pensando en que sería un día excepcional. Mientras caminaba hacia el metro, pensaba en cuánta gente estaba haciendo lo mismo que yo y sintiendo un miedo natural. Creo que no miedo al fracaso, sino miedo al pasado.
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La mañana estaba fría porque para mi todas las mañanas son frías, incluso las de verano, sin embargo solo traía puesta una camiseta de Colo Colo 2009 que me había prestado mi pololo. Naturalmente me quedaba muy grande, sin embargo esa camiseta me había acompañado durante todo el torneo en mis visitas al estadio, y como en momentos importantes las cábalas no están demás, decidí usarla.

Ya en la estación Baquedano el carnaval albo era un hecho. Y como no, si después de tantos años sumidos en desfiles de DT’s y jugadores, por fin estábamos a punto de volver a levantar una copa. Y no cualquiera.. la 30. Esa a la que llamábamos 29+1 por miedo a la mufa, esa que ya había bajado del cielo para estamparse en la camiseta de Paredes prometiendo quedarse por siempre en Colo Colo.

A penas me bajé en Pedrero miré la hora y noté que era muy temprano, supe de inmediato que la espera dentro del estadio para el pitazo inicial iba a ser eterna, sin embargo los amigos que me acompañaban ese día hicieron que todo fuera ilusión y alegría. Eso me hace pensar que hay cosas que solo Colo Colo es capaz de unir.. algunas para siempre, otras para el recuerdo.

Ese domingo a las 12hrs estaba en Lautaro, el sol pegaba fuerte y a ratos se hacia insoportable, pero nada de eso importaba porque el partido estaba a punto de comenzar. Con un fuerte “SALE OH”, todo el estadio apuraba el ingreso a la cancha del cacique. Yo tenía en mi mano una bandera blanca que me había regalado un carabinero a la entrada, vaya a saber Dios por qué. Frente a un Monumental repleto, con globos, papelitos, banderas y lienzos, se inició el partido. Ya no podía más, los nervios me comían.

Pasaban y pasaban los minutos, Colo Colo estaba atacando hacia la barra de Wanderers y a pesar de varias ocasiones no había caso, el arquero era la figura. Hasta que de un segundo a otro, vi la pelota entrar.. Estalló el estadio completo y por qué no decirlo, se escuchó un grito de gol  eterno en cada rincón del país. No supe quien hizo el gol, no distinguía a los jugadores por mi falta de lentes, y tampoco supe quien inició la jugada, solo vi que la pelota entró. Y entonces grité con todas las fuerzas que tenía, con toda esa rabia de haber visto al equipo tan mal, y abracé a cuanta persona se me cruzó por el lado.

El segundo tiempo fue eterno, pasamos susto.. hasta que se escuchó por el alto parlante del estadio “tiempo adicional: 3 minutos”. Intenté no llorar, el pitazo final no había sonado, pero fue inevitable. Vi como amigos míos se abrazaban y no contenían el llanto. Vi a niños, abuelos, mujeres y hombres llorar de emoción. Vi a Colo Colo en cada uno de ellos.

En un lateral que le pertenecía al cacique, el árbitro pidió la pelota. Había terminado.. éramos campeones. Después de un largo camino que nos costó más lagrimas que sudor, volvíamos a bajar una estrella del cielo. El estadio era una fiesta, aplaudimos a Tito Tapia y a Riffo por su trabajo, a Esteban Paredes por cumplir su promesa, a Mena le cantábamos cuando tomó la copa.. a todos y cada uno de los que fueron parte les dimos las gracias.

No me había equivocado cuando me levanté, fue un día excepcional.. una experiencia monumental.