Por Daniela Huerta.
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Con estupor muchos de nosotros sintonizamos una radio hoy en la noche para escuchar la voz de nuestro hoy ex director técnico.
Parado afuera de su casa, con la voz cansada, Héctor Santiago Tapia Urdile salió a explicar que efectivamente él había tomado la decisión de no seguir. Que su cuerpo técnico lo decide él y nadie más. Que quiere pasar estos dias con algo más de calma y disfrutar a su familia antes de pensar en el futuro. Que ama al club y que no cierra las puertas a volver algún dia.
Entonces, ¿por qué se va? Su primera explicación se resume en una frase que es tan lugar común, pero a la vez demasiado real: No se dieron las condiciones.
Por este club han pasado y seguirán pasando muchas personas que, a su manera, querrán hacer su trabajo. Tito llegó al club cuando Colo-Colo perdía categóricamente en su propio estadio con rivales de poca monta futbolística. Muchas veces lo ví, saliendo del estadio enfurecida, cuestionándome si era sano seguir pagando entrada para ver papelones. Pero Tapia logró algo que pocas veces había visto: tomó al equipo, lo trabajó, le dió la confianza necesaria, una idea de juego que nos permitía ganar. Y por un momento, que en tiempo de fútbol es breve, fuimos felices.
Lo que más duele hoy, por lo menos a mí, es que esa esperanza, esa certeza de poder ser mejores desaparece hoy con su partida. Y nos entregamos «a lo que venga», «a lo que traiga Blanco y Negro». A la incertidumbre que surge de una decisión, de una tirantez entre las partes, de conversaciones más bien solapadas y demasiado extendidas en el tiempo. Nos entregamos a una decisión que, para muchos de nosotros, es inentendible.
Yo sigo creyendo en el club al que amo. Las personas que trabajarán en él de ahora en adelante bien harían en respetar y honrar el amor que sentimos. Ojalá así sea.