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Una noche recostado en el patio de su casa, el joven Bam-Bam, como le decían de cariño a Iván, vio pasar una gran estrella fugaz. No pidió ningún deseo, sino todo lo contrario. Prometió que algún día –tarde o temprano- él llegaría a la luna tal como se lo había prometido alguna vez a su padre.
No era nada fácil, pues muchos en su intento por convertirse en astronautas y llegar a la luna habían fracasado. Algunos por ser desordenados, otros por no tener pasión, y algunos simplemente por ponerse un traje espacial que les quedaba demasiado grande. Sin embargo, Iván estaba seguro de que lo iba a lograr, pues tenía todas las ganas y la convicción.
El camino a la luna era muy importante, ya que tenía que practicar mucho. Bam-Bam viajó por el mundo posándose en distintas ciudades con estaciones espaciales y poniendo a prueba todas sus ganas y su talento. Le fue bastante bien; donde sea que fuera todos lo aplaudían y pensaban –a sus espaldas- que era uno de los mejores astronautas del mundo.
El gran día había llegado: ocurrió un 11 de enero. Luego de años de preparación y distintos viajes
Iván estaba listo para su último gran viaje. Con un traje que le quedaba justo a la medida, emprendió la travesía que lo llevó a posarse ese mismo día en una luna MONUMENTAL.
Era todo tal cual como lo había imaginado. Blanca y grande, como ninguna otra, cubierta de un cielo negro que brillaba gracias a las estrellas que siempre la acompañaban. Solo entonces, Iván Bam-Bam supo que había cumplido con un ciclo. Seguramente su padre, desde donde sea que lo estuviera mirando, estaría orgulloso de él.
Iván, el astronauta, será recordado siempre por su gran trayectoria y su paso por la anhelada, envidiada y como no, triunfadora Luna.