Sábado en la tarde y Colo-Colo terminaba de jugar uno de sus peores partidos en mucho tiempo. Palestino, su estrategia, sus ganas y su orden, hicieron que el puntero mostrara su peor versión: desgastada, desanimada, floja, carente de buenas ideas y hasta fome.
Perdíamos una excelente opción de sumar tres puntos y quedar cada vez más cerca de una nueva estrella. Perdíamos una excelente opción de demostrar que durante estas dos semanas no pensamos en otra cosa que no fuera Palestino y la forma en cómo doblegarlos. Perdíamos una excelente opción de ponerle una presión enorme a la UC y transmitirle un nervio tal que terminaran cediendo en esta carrera por el título. Pero al final, sólo perdimos. Perdimos puntos, posibilidades, credibilidad y confianza.
En este contexto y con la posibilidad de dejar de ser punteros, la UC se enfrentaba a nuestro archirrival. Una prueba del destino. El odio hacia la U se veía mezclado con la necesidad de que la UC no ganara su partido. ¿Qué hacer?
Personalmente, sinceré mi posición. Yo quería que la U ganara. Celebraría sus goles y me alegría por cada tapada y cada gol de Johnny Herrera. Total, yo quiero ver campeón a Colo-Colo. Entiendo que este es un campeonato y que el éxito de unos depende de las derrotas de otros. Es un juego. Unos ganan y otros pierden. Y si pierde el que está compitiendo palmo a palmo conmigo, yo me alegro. Sin trampas, ni nada por el estilo, pero no puedo evitar alegrarme que un resultado permita que mi equipo siga puntero.
Lamentablemente mi posición fue sumamente criticada por algunos colocolinos de verdad que no soportan que alguna vez en la vida nos convenga que la U gane y que alguien se alegre por eso. Pero bueno, así soy: de cartón, maricón, hijo de las re mil putas, chuncho encubierto, madre, sacowea, mediocre y tantas otras cosas que acompañaron mi comentario en twitter.
Ojalá mejoremos nuestro fútbol y le ganemos a la U. de Conce la otra semana. De todas maneras, ya tengo puesta mi polera amarilla para celebrar un golcito de San Luis. ¡Vamos canarios!