Por Daniela Huerta.
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Hoy nos levantamos todos con la cara larga. Para un colocolino de la vida, como yo, el «día después» de una derrota es complejo. Es espantoso bancarse las burlas de los demás (jamás había escuchado el apellido «Pratto» tantas veces en mi vida como hoy) y es inevitable hacerle el quite a los kioskos con los titulares de los diarios que reportan nuestra derrota.
Pero lo más terrible de todo es el calvario que se lleva por dentro. Ese espacio en nuestras cabezas que se inflama luego de entender que estuvimos a punto de la 31 y a punto de avanzar en la Libertadores… para quedar sin nada. Ese espacio mental que sólo se pregunta: ¿qué salió mal? La interrogante no nos abandona durante el día: mientras hacemos la pega, mientras miramos por la ventana en la micro o durante ese espacio vacío que queda al esperar la luz verde del semáforo.
Todos tenemos una respuesta a esa pregunta. Que debería haber entrado Carvallo mucho antes por Emiliano Vecchio ayer. Que el planteamiento táctico de Tapia fue constantemente inadecuado. Que jamás debió haber tenido minutos un personaje como Luis Pedro Figueroa. Que perdimos la clasificación a la Libertadores hace semanas en Santiago. Que las lesiones. Que el equipo corto. Que el destino no quiso que clasificáramos. Que se vaya Tito. Que se quede Tito.
Cada uno encontrará el argumento que mejor explique el triste momento por el que estamos pasando y que a todos nos duele hasta la médula. Lo más importante de todo es esperar (con más fe que certezas) que todos aquellos que tienen poder de decisión sobre el club al que amamos comprendan lo que se hizo mal, hagan los cambios necesarios, se aprenda y se avance.
El destino de Colo-Colo, mal que mal, es uno y lo será siempre: avanzar.
Foto: Csdcolocolo.Cl