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Un Superclásico se vive de forma distinta para todos aquellos que somos hinchas de verdad. El nervio comienza, por lo menos en mi caso, cuando el partido del fin de semana anterior pasa al olvido en diarios y comentarios varios, y se comienza a proyectar lo que sucederá el fin de semana que viene. Ese nervio va virtualmente siempre acompañado de polémicas declaraciones que emiten sus protagonistas con el fin de “calentar” el partido. Nunca lo he entendido: el partido ya es lo suficientemente caliente así como está.
Este sábado la experiencia prometía ser extraordinaria. Con un Colo-Colo, en números y análisis, superior a la Universidad de Chile, los pronósticos iban a nuestro favor. Pero si ustedes saben algo de Superclásicos estarán de acuerdo conmigo en decir que ningún número, estadística o dato importan. Cuando suena el pitazo inicial, cada equipo tiene 50% de posibilidades de ganar el encuentro. Sólo lo ganará el que lo desee más.
Con un primer tiempo bastante flojo y un rival que salió a presionar desde el primer minuto, los asistentes en el estadio no nos convencimos con el gol (celebradísimo) de Jean Beausejour. Sabíamos que un gol era muy poco y que si seguían llegando de esa forma, el rival nos iba a dar vuelta el partido y el golpe anímico iba a ser letal.
Luego de iniciado el segundo tiempo y con jugadas bastante friccionadas, llega el penal. Bien cobrado, nada que decir. Muchos nos tomamos la cabeza, pensando en que se venía el empate y que eso podía significar perder. Pero lo que diferencia a este Colo-Colo de otros es que, dentro del plantel, hay jugadores que son capaces de mostrar jerarquía bajo presión. Justo Villar nos hizo celebrar la atajada de un penal que bien nos puede significar el campeonato en algunas fechas más. Extraordinario.
La expulsión de Valdés no la entiendo aún. Quisiera esperar a que se publique el informe de Gamboa, quien a mi juicio tuvo un discreto desempeño. Erró muchísimo para un partido de la importancia de un Superclásico. A pesar de todo y de todos, Colo-Colo logró convertir nuevamente, de la mano del tremendo Esteban Paredes. La hinchada gritaba sin control, ya que estábamos a minutos de confirmar 15 años de paternidad sobre el archirrival.
Me he referido en otras columnas a lo importante que es ganar un Superclásico. Sólo puedo reafirmar esa convicción después de haber estado en el estadio el sábado. Todo es diferente, y el triunfo se saborea con una intensidad incomparable.
Pero ya ganamos. Son tres puntos que hemos cosechado bien. Ahora, la tarea sigue. Cuatro partidos donde hay que dejarlo todo en la cancha, donde la buena planificación y la motivación son claves para triunfar. Estamos a 4 partidos de la gloria. Adelante.
