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En el lejano y gran pueblo de Caciquén, había un hombre con un súper poder que nadie más tenía: con sus grandes orejas podía escuchar a todos los ladrones de la ciudad que planeaban robar, y los atrapaba para llevarlos a la cárcel. Su nombre era Humberto, y en su querido Caciquén era muy amado, pues los había ayudado a ser el pueblo más pacífico y feliz del mundo.
A Humberto le gustaba mucho ser un superhéroe, y siempre le daban premios por eso. Pero un día se fue. Había otros pueblos que lo necesitaban para meter a los ladrones a la cárcel, y Humberto quería ayudarlos. Toda la gente de Caciquén salió a las calles para despedirlo con banderas y canciones, agradeciéndole todo lo que él había hecho por ellos.
Pasaron los años en Caciquén y el pueblo se volvió muy malo. Las personas no podían salir a las calles porque siempre había ladrones; nadie los podía atrapar. La gente ya no estaba tan feliz, y todos los alcaldes que el pueblo tenía no podían hacer nada. Extrañaban mucho a Humberto y sus grandes orejas, porque sabían que solo él podía revertir esta situación.
El superhéroe de las orejas gigantes escuchó el llamado del lugar que lo vio nacer, y decidió regresar. Vinieron todos a recibirlo cuando llegó, con las mismas banderas y canciones que lo despidieron. Pero hubo un problema… al parecer las orejitas de Humberto ya no eran las mismas. En un año solo encerró a un ladrón y el pueblo de Caciquén comenzó a desesperarse. Algunos decían que tenía que irse porque ya no servía, mientras otros le gritaban que ya estaba viejo para andar atrapando ladrones.
Muy apenado, Humberto trataba de hacer su mejor esfuerzo, pero solo no podía. En los otros pueblos que había visitado, se había dado cuenta que trabajando en equipo atrapaba más ladrones que haciéndolo solo… pero en Caciquén no tenía ayuda. Hasta que un día, llegó un grupo de jóvenes entusiastas que decidieron trabajar con él. Humberto ponía a disposición de ellos sus grandes orejas con las que escuchaba a todos los ladrones y junto a los jóvenes corrían por las calles para atraparlos y ponerlos en la cárcel.
Con el paso de los días, Caciquén y toda su gente se dio cuenta que el equipo del gran Humberto estaba dando resultados. Volvieron todos a las calles para aplaudirlo cuando lo veían pasar, los niños lo admiraban y los más grandes celebraban cada una de las capturas que hacía. El pueblo volvía a sonreír.
Hoy este orejudo superhéroe está feliz cumpliendo su labor, junto a todos los amigos que llegan a ayudarlo. Él quiere que Caciquén sea nuevamente el pueblo más feliz y pacifico del mundo, por lo que está trabajando muy duro para lograrlo. Además, todos celebran su regreso, y desean que Humberto no se vuelva a ir.
. Imagen: Pituman