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El calor de Diciembre abrasaba. Colo-Colo salía a la cancha del Monumental con la obligación de ganar para obtener el campeonato e impedir que el que se coronara fuera el archirrival. En uno de los campeonatos más apasionantes de los que se tenga recuerdo, los albos y azules peleaban palmo a palmo el título de 1998. La U de Orozco había ganado el día anterior y se cerraba su participación alcanzando la punta del torneo, superando al Cacique en una unidad.
Mi hermano y yo, acomodados en los asientos de pizarreño del sector Cordillera esperábamos, junto a los 65 mil asistentes (si, alguna vez entraron 65 mil al Monumental) la salida de los equipos. El rival para cerrar el torneo era el peligroso Deportes Iquique, de un joven técnico apodado el Peineta por su siempre impecable indumentaria.
Los asistentes ese día al Campeonódromo esperábamos una jornada tranquila. Los dragones celestes no representaban mayor amenaza, sobre todo en un Monumental repleto hasta las banderas. Los del norte se presentaban al césped del David Arellano en el octavo lugar y sin objetivo por luchar.

El gol de Hector Tapia a los 15′ ponía la tranquilidad a la numerosa hinchada de Macul. Sin embargo, el segundo tiempo se presentaba dificil para los de blanco, tanto así que a los 68′ Jaime Lopresti batía al Rambo Ramirez. El 1-1 dejaba el título en manos de los azules. La tensión era extrema en el Monumental. La gente en Cordillera era presa de un verdadero pánico, Colo Colo empataba y encima jugaba mal. No se veía por donde. A los 35 minutos, con un equipo nortino tirándose al piso y haciendo tiempo en cada ocasión, la Garra Blanca saltaba e invitaba a «los viejos pajeros que no quieren cantar» a saltar y levantar al equipo.
Colo-Colo, con más garra que fútbol, acorralaba a los dragones celestes. La defensa del Peineta Garces respondía todos los embates. Un hincha, tres asientos a mi costado gritaba, con esa extraña fe que siempre acompaña a los hinchas, «esto es Colo-Colo mierda, y lo ganamos». Dos minutos después, una pelota filtrada al área, encuentra al Murci Rojas que conecta de primera, el rebote le queda y de zurda la clava en el costado inferior derecho del arco iquiqueño. Fiesta, desahogo, alegría por doquier. Colo-Colo bajaba un nuevo título, se lo sacaba de las manos al eterno rival, y ponía la estrella 22 en el estrellado cielo albo.
El goce de los hinchas albos seguiría aumentando durante la semana al escuchar al siempre polémico Doctor Orozco levantar una extraña teoría: «estuvimos a 12 minutos de ser campeón».
En el trayecto de vuelta, celebrando y cantando, mi hermano me comenta «y vos weon con quien celebraste el gol?». Yo solo me reí y respondí no acordarme. La verdad, en el extasis máximo del triunfo y el gol del campeonato, instintivamente abrace a un hincha sentado a tres asientos de donde yo estaba.
Lo abrace y le grité «¡Esto es Colo-Colo mierda!».