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Como todo en esta vida, siempre hay una primera vez. Hace algunos años atrás, había una niña de 11 años que vivía en el no tan lejano Chillán, en la XVIII región, que era fanática de Colo Colo como su papá. Siempre lo acompañaba los fines de semana a ver los partidos, preguntaba todo, y eso a su papá lo ofuscaba mucho, pero él siempre paciente respondía todas sus inquietudes.
Un día, su papá quería darle un regalo grande; no algo material, sino un regalo del alma. Entre muchas ideas que le dieron y que él meditaba con su almohada, decidió que la iba a llevar a conocer el Estadio Monumental. No sabía cual sería la reacción de su hija, pero esperaba que pudiera disfrutar ese momento.
Fue así entonces como un viernes 03 de Marzo partieron rumbo a la capital. Por supuesto todo era una sorpresa, la pequeña estaba muy feliz con el viaje, pero había pedido que en la casa de sus tíos, donde alojarían esa fin de semana, pudieran ver el partido de Colo Colo con Wanderers, que se jugaba el sábado. El papá, con un esbozo de sonrisa, asintió.
Al día siguiente, el papá sacó a su hija de la casa y entre unas mentiras piadosas, partieron con rumbo al estadio.
En radiotaxi, la niña mirando por la ventana vio por primera vez el imponente lugar, y no podía dejar de hacerlo… solo lo había visto por televisión. Su papá le dijo que verían en vivo el partido, que había comprado entradas. Ella estaba feliz, y preguntaba todo, cosas tontas quizás, producto de la edad y del nerviosismo.
Habían pasado apenas 15 minutos y Matías Fernández abrió la cuenta para el cacique. Fue pura alegría, padre e hija se abrazaron y gritaron todos los goles que siguieron a eso. Disfrutaron al máximo el partido, sobre todo por el resultado, a pesar de que ese día hubo poquita gente en el estadio, la niña sintió que era uno de los lugares más lindos que había visto en su vida.
El partido terminó 5-0, y fue un privilegio para ellos haber estado ahí, haber visto a los jugadores que meses y años después lograrían cosas tan lindas para la historia de Colo Colo. Anotaron también Humberto Suazo, se repitió el plato El Mati en una jugada mágica con Valdivia, y para el segundo tiempo quedaron los goles de el joven pistolero y Héctor Mancillla.
Hoy esa niña escribe estas palabras, y recuerda con mucho cariño ese día. Porque fue una sorpresa, porque el equipo ese torneo salió campeón, porque le recuerda lo bien que lo pasaba junto a su padre, porque hoy ese mismo estadio es su segunda casa, y sobre todo, porque fue una experiencia monumental.